El espectáculo mediático llamado Juicio a Bretón

Bretón —este hombretón hecho y derecho en los valores sociales y culturales del estado democrático y de derecho constituido en los últimos 35 constitucionales años—, con su crimen, se convierte —como todos los criminales que cometen actos en relación con la violencia de género— en el brazo ejecutor de la miseria cultural, de la miseria de las relaciones sexuales y afectivas, que conforma el régimen de la democracia.

Que la base de la cohesión social de este régimen siga sustentándose en la institución de la familia patriarcal —estructura autoritaria profundamente desequilibrante respecto a la igualdad de sus miembros y a las relaciones afectivas continuadas de las personas, de las que se presenta como único garante— revela la anacronía entre las necesidades y aspiraciones de libre desarrollo de la personalidad y la superestructura de la ideología de la sumisión que el régimen democrático promueve.

Ello, entre otras consecuencias, genera individuos profundamente desequilibrados, enajenados, acomplejados, solitarios, narcisistas, iluminados que, en el paroxismo a donde les lleva el caldo cultural de que se nutren, ejecutan actos y crímenes que no dejan de estar en la lógica interna de la miseria moral, ética y cultural de la sociedad patriarcal.

El origen y la causa, la etiología, de estos comportamientos no es psiquiátrico, es cultural, y por tanto nos compromete a todos quienes, por activa o por pasiva, sostenemos los patrones culturales que nos conforman. Digo.

Aparte, ¿en el procedimiento judicial español existe aquello de las pelis americanas del “más allá de toda duda razonable”?

Ángel