Moncho Alpuente fallece víctima de un fallo cardíaco

Moncho Alpuente

Impresiones a raíz de la desaparición de un creador de crítica para la subversión de La Realidad
por la Cuerra Anárquica «matando’l tiempu»

Le falló el corazón, se le atoró la maquinaria imprescindible de bombeo y riego, le petó la patata y le sobrevino el patatús, ¡Vaya fallo! Fue de este fallecimiento del que se valió su muerte para llevárselo, arrebatándonoslo ¡menuda hostia! Privándonos para más nunca de la cálida lumbre que por el ingenio de su verbo nos regalaba de continuo, para ayudarnos a disipar las sombras y los miedos en que nos quiere presos el Dominio del Poder, la Autoridad y el Dinero, con las cadenas del dogma, la superstición y la superchería, como él bien tenía calado y nos dejó advertido.

Fallo meramente, aunque definitivo e irremediable, de la maquinaria, porque corazones como el suyo son mucho más que maravillosa ingeniería biomecánica. Un corazón noble y leal donde los hubiere, generoso sin tasa, como pocos, M.A. se dio con entusiasmo a proyectos y causas diversas -con tal que fueran nobles y leales, claro- sin cicatería ni mella del interés. Su entrega y su pasión eran su gozo y su disfrute, y no había más cuentas que echar. Corazón rebelde, insumiso, permaneció indomable, en su sitio, ganándose la vida en un discreto segundo plano por no verse comprometido en las exigencias y genuflexiones de «una carrera de éxito». Su talento sin duda le hubiera permitido la dirección de un programa cultural televisivo -con perdón del oxímoron-, de un periódico, o de una dirección general de Cultura; pero su coherencia, su consecuencia, su integridad, no se lo consentirían; y bien mirado, su talento, su capacidad intelectual, tampoco. Quizás a don Ramón Mas Alpuente sí, si este avatar, que «normalmente» le hubiera ahormado, no llega a ser desbaratado por la rebeldía de un Moncho Alpuente que acertó a hacer su camino al andar por su propio paso y a su propio ritmo, a su aire.

Al aire del pensar libre, del librepensamiento que exprimía su genio creador en –entre otros sitios- la columna de la contraportada del «cnt» que desde hace ya prácticamente 15 años contaba con su puntual cita mensual. Sin embargo, su relación con la Confe viene de tiempo atrás. Afiliado al Sindicato de Espectáculos Públicos en la década de 1970, junto con Fernando Fernán Gómez o Emma Cohen, entre otros ilustres del mundo de la cultura, fue uno de los organizadores de los actos culturales del V Congreso de la Casa de Campo del 79, actuando él mismo con su banda Moncho Alpuente y los del Río Kwai. También estuvo presente en los actos culturales del VIII Congreso en Granada de 1995, y  siempre colaboró activamente cuando el sindicato le requería, tanto en diversas jornadas libertarias por toda la geografía peninsular, como en 2010 con motivo de la presentación pública de los actos que conmemorarían el centenario de la Confederación Nacional del Trabajo.

La citada columna en el periódico confederal, compendio magistral del hacer periodístico que, con escasas cuatrocientas palabras como cuatrocientos golpes, no dejaba títere con cabeza demoliendo las patrañas con que se renueva el eterno tinglado de la antigua farsa, era esperada como un aire de tiempo fresco que invariablemente radiábamos en «Al Loro», el vocero de la CNT en Radio Cucaracha, la radio libre en Oviedo. Aquí en Oviedo lo pude ver y escuchar por primera vez en el año 73 que, en las circunstancias de una larga huelga de tres meses, en la Facultad de Filosofía y Letras –que así se llamaba entonces lo que hoy es Psicología- dio un recital en el pasillo de la primera planta con otros dos componentes de «Tábano», repasando principalmente las canciones del rompedor y exitoso espectáculo «Castañuela 70», simplemente acompasados por un par de guitarras españolas y a pelo, sin megafonía ni artificio ninguno. En el otoño del 74 volvió ya con «Desde Santurce a Bilbao blues band» para actuar en el salón de actos del colegio de las Dominicas (Glz. Besada, esquina plaza la Gesta) de la mano de ANUE  –universitarios franquistas- en un concierto que resultó antológico y que M.A. abrió con estas  palabras: «Buenas tardes… pues nada, aquí estamos patrocinados por las juventudes fascistas y marianas de la ciudad…» y, tras el corte a tan «aperturistas» organizadores, continuó con breves pero incisivas y mordaces alocuciones entre canción y canción dedicadas, bien a las internas del colegio que, escagazaes, se ajuntaban en el gallinero –»ya comprendo que tantos años reprimida por las madres dominicas te hayan hecho tan tímida en el amor», y la canción «Niña date cuenta que en tu cama caben dos»- bien a Marcelo Caetano, recién exiliado primer ministro de Portugal por la revolución de los claveles, con una la versión de «No volverá Lisboa antigua y señorial», o incluso al propio «Caudillo d’España por la gracia de Dios que es muy gracioso», convaleciente de la primera tromboflebitis al que recordó de esta guisa: «pasamos a dar lectura de un telegrama que nos llega del asilo de ancianos subnormales del Palacio del Prado: nuestro invicto caudillo, recuperado del desmelene por cagarrinas provocado por afección tromboflebítica, continúa al frente del timón de la nave, firme el ademán, conduciendo a la patria a los más altos destinos por sendas imperiales allá entre los luceros» o algo muy por el estilo, todo lo cual provocó, aparte del jolgorio hilarante del respetable, que en el descanso del intermedio las monjas intentaran suspender el concierto, de lo que desistieron cuando se les hizo considerar la que se podría liar con un público tan «entusiasta». Tengo una confusa información retenida en la chola de un incidente, no sé si real o apócrifo generado por algún hagiógrafo mitómano, que «alguien» me contó referente a una actuación –más bien inverosímil, pero en absoluto descartable visto quienes organizaron el concierto de las Dominicas- que habrían realizado ante el por entonces presidente del gobierno Arias Navarro en el Club Náutico de Salinas en el verano del 75 que acabaría con la imposición de una cuantiosa multa, pero por más que he buscado en la red –con información muy escasa y dispersa sobre el grupo- no he podido corroborarla, ni puedo descartarla definitivamente, así que si por un aquel «alguien» pudiera escampar las brumas de ese ángulo oscuro de mi mollera, ahí lo dejo.

Sus creaciones, esencialmente literarias –también «visuales»- con variadas formas de expresión, nos dejan una obra, por independiente a carta cabal, gozosa, lo mismo en el acto creador como en el de la degustación de su resultado que a quienquiera que los contemple no se le escapa que ambos resultan una gozada. Principalmente porque ve, porque detecta con maestría auscultadora el punto débil, la cuerda sensible, el pulso de la tecla precisa por el que la aparente solidez del andamiaje en que se sustenta La Autoridad desvela su falsía y evidencia la esencia fantasmal de su aparatosa constitución, concebida para asustar y meter miedo, pero que atacada en el punto oportuno revela -a pesar de los peligrosos mecanismos que la defienden- la falacia de su ridícula justificación. Y para ese ataque al punto débil sobre el que, tras descubrirlo y ponerlo de manifiesto, M. A. actúa de inmediato y sin pusilanimidad ninguna, se vale de un arma, de un instrumento de combate que adoptó y adaptó a su estilo desde que decidió plantarle cara a La Realidad, que por La Autoridad nos es impuesta, para subvertirla y dejarla con el culo al aire. Descubre el don de la palabra, el regalo del lenguaje, lo toma, lo adopta y lo pone en juego hasta adquirir el dominio genésico del verbo, y lo transmuta y adapta por su ingenio para convertirlo en un arma letal: la  crítica mordaz, incisiva, que va de la ironía tierna al sarcasmo descarado, de la chanza gamberra a la burla descarnada del esperpento que deja desnudo ante el espejo, en la más prístina tradición vernácula, del mester de juglaría a Quevedo y Valle Inclán, y que alcanza su efecto demoledor por el manejo de las dosis precisas de un humor cáustico, corrosivo, decapante, disoluto y disolvente de toda resistencia con que las diversas caras del Poder pretendan escudarse. Sus creaciones son actos vindicativos de justicia, reclamada y obtenida a plena satisfacción. Son actos, en sentido estricto, libertarios.

Cual Prometeo libertado, logró desembarazarse y puso su empeño en dejar a la luz los nudos y los eslabones de las cadenas tendidas y sostenidas por toda una caterva de lacayos canallas con terno de político, economista, empresario, sindigalla, científico, piensador, obispo, comunicólogo, artisto, escribidor, o el tipo de fantasma oportuno –»siempre los mismos fantasmas»- a los cuales, todos y por su orden con sus respectivas mitomanías, puso en solfa cantando y contando alto y a las claras sus vergüenzas y sus miserias, la prepotencia, pretenciosidad, indignidad, ignorancia, servilismo, caciquismo, brutalidad, necedad y egoísmo de que están imbuidos, o imbuidas, que también la memez de las memas enganchadas al carro del Poder fue objeto de su irreverente iconoclasia.

Y todo ese esfuerzo, tesón y entusiasmo lo entregó como el material que él modestamente aportaba para atizar la revuelta de los miserables. No nos queda otra que recogerlo, sostenerlo y procurar que alimente su deseo. Se reclamaba anarquista. A pesar de las apresuradas crónicas al «hilo de la actualidad» en las que ayer y hoy los recuperadores mediáticos se permitían matizarle y rebajarle el atributo ¿quién se lo podría negar? Obras son amores.

El esfuerzo, la generosidad, sin tasa pasa cuenta. Un fallo. Que la tierra del olvido que el tiempo querrá echar sobre tu asunto te sea leve, compañero.